Cada 19 de agosto se celebra a San Ezequiel Moreno y Díaz O.A.R., sacerdote agustino recoleto español. Se le considera patrón e intercesor de las personas que padecen cáncer.
Ezequiel tuvo tal ardor misionero que no dudó en arriesgarlo todo: desde cruzar ríos caudalosos hasta soportar las inclemencias del clima con tal de llevar más almas a los pies de la Cruz. Se caracterizó por un espíritu fuerte, probado en las penas, ante la crítica injustificada o en la enfermedad. Por su entrega apasionada a Dios y su labor constante, se le considera como uno de los más grandes apóstoles de la evangelización de América Latina y las Filipinas.
La forja de un corazón misionero
Ezequiel Moreno Díaz nació el 9 de abril de 1848 en Alfaro, Rioja (España). Sus padres fueron Félix Moreno y Josefa Díaz, ambos de condición muy humilde pero de alma devota, conscientes de que la fe católica es el verdadero tesoro de una familia.
Ese espíritu piadoso impreso en el hogar marcó su corazón. Desde la primera infancia, Ezequiel se sintió atraído por la vida religiosa. Claro, que esa atracción incipiente pasó por muchas etapas y tuvo que madurar.
Ezequiel fue un niño como tantos otros: inteligente, juguetón, estudioso y con espíritu de sacrificio. Más bien, durante la adolescencia empezó a desarrollar un aspecto menos común: en más de una oportunidad dejó de ir a alguna fiesta del pueblo para quedarse al cuidado de algún amigo o familiar enfermo. A partir de ahí, volvía a ser el chico común, que le gustaba cantar y tocar la guitarra.
Gran sorpresa entre sus amigos se produciría cuando Ezequiel comunicó su deseo de consagrarse a Dios por entero, a través del servicio a los que sufren.
Filipinas
Con sólo 16 años, siguiendo el ejemplo de su hermano mayor, ingresó al convento de los agustinos recoletos en Monteagudo, Navarra, el 21 de septiembre de 1864. Un año después hizo su profesión religiosa y cuatro años más tarde fue enviado como misionero a Filipinas. Allí culminó su formación y fue ordenado sacerdote el 3 de junio de 1871.
Tiempo después, fue enviado junto con su hermano Eustaquio a evangelizar a los habitantes de la isla de La Paragua (Palawan, una de las islas Filipinas). Ezequiel contrajo allí la malaria, enfermedad en ese entonces la mayoría de veces mortal, por lo que tuvo que regresar a Manila e interrumpir su ministerio. Dios, que lo quería para otras empresas, le concedió de vuelta la salud.
En 1876, fue nombrado párroco de Lespinasse y cuatro años más tarde predicador conventual de Manila. Entonces asumió las riendas de una finca de los agustinos recoletos en Imus. Fue un excelente administrador y propulsor de las obras de caridad.
“Una sola alma vale más que toda mi vida”
En 1888, regresó al convento de Monteagudo (España) como prior. Durante tres años trabajó por dejar en los jóvenes novicios el sello de la espiritualidad agustiniana y el amor hacia los pobres. Fueron tiempos de otro tipo de sacrificios: el P. Ezequiel animaba constantemente a los candidatos a renunciar a pequeñas cosas para amar con más libertad o generosidad.
Varias veces él y todos quienes vivían en el convento redujeron sus raciones de comida para tener más que dar a los mendigos.
“Dios y Colombia”
Tres años después, a inicios de la década siguiente, el P. Ezequiel volvió a embarcarse como misionero. Esta vez su destino fue Bogotá, Colombia, en América, donde vivió austeramente durante cinco años, ocupando el cargo de provincial de la Orden. Allí se dedicó a predicar y atender a los enfermos, y realizó varios viajes a la región de Casanare (Colombia) -zona aún no explorada- para evangelizar y administrar los sacramentos.
En 1894, fue nombrado Obispo titular de Pinara y Vicario Apostólico de Casanare. Como obispo destacó por sus cuidados apostólicos y fidelidad a la Iglesia. Creó el programa de trabajo denominado “Dios y Colombia”, sin detener su labor misionera. Visitó zonas alejadas o de difícil acceso. Su lema era: “Una sola alma vale más que toda mi vida”.
En 1896, fue nombrado obispo de Pasto. Sus prédicas contundentes y su sencillez provocaron la burla de sus enemigos, incluyendo a algunos obispos, quienes lo atacaron por medio de la prensa local. Pese a todo, San Ezequiel trató a sus agresores con misericordia, y siempre los incluía en sus ruegos.
De vuelta a casa
En 1905, le diagnosticaron cáncer y, ante las reiteradas súplicas de sus hermanos y de la gente que lo quería, decidió embarcarse rumbo a España para operarse. Lamentablemente, la intervención fue muy dolorosa y no tuvo éxito. El buen Ezequiel solía repetir en aquella etapa de enfermedad: “Dios mío, dame valor para sufrir por ti”.
San Ezequiel Moreno y Diaz murió el 19 de agosto de 1906. Fue beatificado por el Papa San Pablo VI en 1975; y el 11 de octubre de 1992 fue canonizado por el Papa San Juan Pablo II.